Antibióticos: su impacto en salud humana y en la selección de resistencia ¿Qué debemos hacer?
En el marco de la semana mundial de la concientización sobre resistencia a los antimicrobianos, que se celebra desde el 18 al 24 de noviembre, el académico de la unidad de Microbiología Clínica del departamento de Ciencias Preclínicas, doctor Cristian Aguilera Rossi, escribió esta columna.
El 12 de febrero de 1941, Albert Alexander, un policía británico de 43 años que desarrolló un episodio bacteriémico (infección en el torrente circulatorio) como consecuencia de algunas heridas en su rostro, se convirtió en el primer paciente receptor de penicilina, el primer antibiótico en ser liberado al uso civil al finalizar la segunda guerra mundial y que dio inicio a la llamada “era antibiótica” en medicina, que modificó la realidad sanitaria de aquel entonces de manera radical.
No hay ninguna duda de que el descubrimiento de la penicilina ha sido, es y seguramente será uno de los mayores avances para la salud humana en mucho tiempo, ya que permitió romper el binomio infección-muerte y favoreció el desarrollo de nuevas moléculas con propiedades antibacterianas. A propósito de la trascendencia de este antibiótico, conviene señalar algo que probablemente muy pocos saben y que vincula de manera muy directa a nuestro país con la penicilina. Una historia que se inicia en el antiguo Instituto Bacteriológico de Chile (actual Instituto de Salud Pública), que desde 1946 funcionó como centro de producción de este antibiótico logrando abastecer, inicialmente, el 25% de la demanda nacional, alcanzando en 1957 cifras de producción muy superiores a los requerimientos nacionales, lo que permitió generar reservas de este antibiótico y abastecer incluso a parte de la región. La aventura finaliza en 1973, pero el impacto que esto tuvo en la salud pública del país es innegable. La penicilina y otras clases de antibióticos lograron controlar patologías infecciosas muy prevalentes y de alta mortalidad en aquella época en Chile, tales como el cólera, la disentería, la fiebre tifoidea, la tuberculosis y la sífilis, las mal llamadas “enfermedades sociales”, que sólo son la expresión clínica de la miseria, el hacinamiento, la falta de higiene y las condiciones laborales extremas a las que estaban sometidos miles de chilenos en aquel momento.
Con el descubrimiento de este fármaco culminaron largos años de búsqueda de sustancias con actividad antimicrobiana y tolerancia para el ser humano. Los antibióticos no sólo han contribuido a disminuir la morbilidad y mortalidad por enfermedades infecciosas de etiología bacteriana, sino que además, han favorecido el desarrollo de otras áreas médicas a través del control de la infección. El impacto de estas moléculas ha sido notable para la salud de las personas y su bienestar, ya que han generado cambios demográficos significativos (los antibióticos han permitido un incremento en la esperanza de vida de la población, lo que también es consecuencia de la temprana implementación de programas de inmunización) y han permitido el desarrollo de la medicina moderna, ya que sin estos productos, patologías oncológicas, cirugías mayores, trasplantes de órgano sólido y otros innumerables procedimientos clínicos que día a día son muy necesarios, no podrían realizarse debido al riesgo de infecciones que amenazan permanentemente el éxito de este tipo de intervenciones.
A pesar de todos estos beneficios, el sobreuso que se ha hecho de los antibióticos en las últimas décadas ha seleccionado uno de los peligros sanitarios más importantes para la humanidad, de alcance global y que compromete peligrosamente lo logrado hasta ahora en salud humana. El propio descubridor de la penicilina, Alexander Fleming, fue capaz de predecir los efectos de la automedicación y el uso de dosis insuficientes del antibiótico en el desarrollo de variantes bacterianas sobre los que el fármaco no podría actuar. En la parte final de su discurso de agradecimiento del Premio Nobel en 1945, Fleming declara que “existe el peligro de que un hombre ignorante pueda fácilmente aplicarse una dosis insuficiente de antibiótico, y, al exponer a los microbios a una cantidad no letal del medicamento, los haga resistentes”, y es lo que ha sucedido, ya que tras su entrada en el mercado y la masificación de su uso, se comienzan a describir resistencias a este fármaco de manera mucho más frecuente. En la década del 60, la aparición de Staphylococcus resistentes a meticilina y Pseudomonas resistentes a gentamicina ponen en alerta a la comunidad científica, sin embargo, este fenómeno fue en aumento con el incremento de la resistencia a ampicilina en los 70, la resistencia a vancomicina en los 90 y la extensión de este problema a diferentes clases de antibióticos, incluyendo los de última generación. En el año 2015, setenta años más tarde de esta profecía, la Organización Mundial de la Salud (OMS) comienza a advertir sobre la resistencia bacteriana y a definirla como uno de los principales riesgos para la salud pública mundial. El paso del tiempo ha demostrado que, a pesar del uso de nuevas formulaciones antibióticas, las bacterias siempre encuentran la manera de adaptarse y resistir a su efecto, y esto es debido a que la expresión de mecanismos bacterianos de resistencia y su transferencia son parte de un proceso evolutivo absolutamente natural, imposible de erradicar pero si de controlar. Las bacterias son capaces de adquirir información para modificar parte de su genoma, desarrollando estrategias de defensa más o menos específicas frente a la presión de los antibióticos. La resistencia antibiótica esta relacionada directamente en salud a una mayor probabilidad de fracaso terapéutico, a persistencia del proceso infeccioso, a mayores tasas de mortalidad y a un alto riesgo de diseminación entre las personas. Todo esto, que en muchas ocasiones se manifiesta de manera conjunta, ubica a la resistencia bacteriana en una posición destacada entre las preocupaciones sanitarias actuales. Los últimos datos sobre resistencia antibiótica indican que en 2019 sucedieron 4.9 millones de muertes asociadas y 1.27 millones de defunciones atribuibles a esta causa, cifras que podrían aumentar hasta 10 veces según las proyecciones que se han realizado para el año 2050. Son números muy alarmantes, que de incrementarse impactaran directamente en el costo sanitario y en otras áreas, tales como la economía interna y la producción de alimentos.
Non cabe duda de que el personal clínico está en sintonía con el problema, sin embargo, en la comunidad esto no está del todo integrado y aún hay mucho trabajo pendiente para promover en estos entornos el diálogo y la comprensión sobre los peligros que representa la resistencia antimicrobiana (RAM) y las medidas que pueden tomarse para prevenirla y enfrentarla. Actualmente muchos pacientes no siguen el tratamiento recetado de manera adecuada, interrumpiéndolo a medida que los síntomas mejoran, y otros optan por la automedicación y consumen antibióticos guardados de tratamientos anteriores para tratar infecciones no producidas por bacterias, tales como el resfriado o la gripe, donde los antibióticos no son eficaces y su uso sólo contribuye a aumentar la presión selectiva, agudizando el problema. Parte de la solución está en la investigación de nuevas dianas terapéuticas, en la búsqueda de compuestos naturales con propiedades antibacterianas y antivirulencia, en la reformulación de fármacos conocidos, en la combinación antibiótica y en el desarrollo de inhibidores más efectivos, en biología sintética y edición genética, en fagoterapia, en controlar las infecciones, en insistir majaderamente en la necesidad de vacunación normada para población de riesgo (ya que es innegable la vinculación entre infección viral y posterior infección bacteriana), y por supuesto, en educar, educar y seguir educando a la población y a los profesionales clínicos sobre la importancia de mantener vigente la eficacia de estas maravillosas moléculas que cambiaron la historia de la humanidad y de la medicina.
El camino es desafiante, y desde la formación profesional, el llamado es a incorporar y trabajar estos temas de manera temprana en los planes curriculares de las carreras de la salud. La convocatoria de la OMS es precisamente la misma, integrar la RAM en los planes de estudio, transformándola en una temática obligatoria de la enseñanza escolar en todos los niveles, incluida por supuesto la educación y la formación profesional. Frente a esto, resulta prioritario que desde el pregrado se activen iniciativas que promuevan una sólida formación en RAM en las distintas carreras de la salud y muy especialmente en aquellas que son prescriptoras de antimicrobianos, a través de estrategias de enseñanza-aprendizaje que promuevan y reconozcan el trabajo profesional colectivo e interdisciplinario como un método eficiente para abordar este desafío…los equipos PROA (programa de optimización de antimicrobianos) que han comenzado a implementarse a lo largo del país, son una prueba de ello.
Para finalizar, y recordando el origen de los antibióticos, quisiera proponer una mirada distinta sobre ellos, entendiéndolos como recursos naturales, que a diferencia de otros no son renovables (ya que poseen una vida útil que es finita), y por lo tanto, deben ser cuidados y utilizados responsablemente. Sin embargo, y como ha sucedido con otros recursos de este tipo, el ser humano ha sobreutilizado los antibióticos y los ha agotado en un periodo de tiempo relativamente breve de historia y convivencia con ellos. Esta drástica reducción en la eficacia de los antibióticos disponibles, permite reflexionar e inferir sobre haber iniciado un retroceso y estar viviendo una era que podría definirse como “pre-antibiótica”, lo que evidentemente se asocia a un cambio de paradigma sobre el éxito terapéutico en infecciones que durante mucho tiempo han logrado ser controladas. Pese a las predicciones y a este escenario tan poco alentador, conviene recordar que aún se dispone de alternativas antibióticas eficientes, que los antibióticos se han comenzado a utilizar y a resguardar de una manera mucho más moderada y juiciosa (al menos al interior de los centros de salud), que continua la vigilancia activa de este problemas y de las infecciones asociadas, que se investiga intensamente para el desarrollo de nuevas alternativas terapéuticas, y que muy recientemente (el pasado 25 de septiembre de 2024, en la 79º Asamblea General de la ONU y Reunión de Alto Nivel sobre RAM) las naciones han refrendado la intención política de enfrentar colectivamente y de manera inmediata esta amenaza mundial…por lo tanto, aún tenemos algo de tiempo para hacer lo que ha cada uno nos corresponde hacer.
Dr. Cristian G. Aguilera Rossi
Unidad de Microbiología Clínica
Departamento de Ciencias Preclínicas
Facultad de Medicina
Universidad de La Frontera
Para más información se sugiere visitar los siguientes enlaces:
https://www.woah.org/app/uploads/2024/09/2024-waaw-guide-es-nosymb.pdf
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